Palgrave Pivot
2019
Hardback 58,84 €
VII, 81
Reviewed by: María D. García-Arnaldos (Universidad CEU-San Pablo, Spain)
Alexandre Kojève fue un filósofo francés conocido principalmente por su influyente seminario sobre Hegel en la École Pratique des Hautes Études en los años 30. Estas conferencias ejercieron una influencia en intelectuales franceses difícil de medir. Es conocido también por su teoría del “fin de la historia” (teoría que F. Fukuyama más tarde desarrolló y divulgó: The End of History and the Last Man, 1992) y por su marxismo existencial. A partir de 1945 pasó a ser un alto funcionario del Estado francés, ocupación que no le impidió continuar con el trabajo filosófico, publicado buena parte de él, tras su muerte en 1968.
Alexandre Kojernikoff nació en Moscú el 11 de mayo de 1902. Poco antes de 1920 decidió dejar Rusia y acabó estudiando filosofía en Alemania. Durante su formación frecuentó tanto Heidelberg como Berlín. Aunque el neokantismo era una de las escuelas en boga con H. Rickert a la cabeza, Kojève eligió otra figura de referencia como Karl Jaspers para la realización de su tesis centrada en el filósofo ruso Vladimir Soloviev. Precisamente, en Heidelberg bajo la supervisión de Karl Jaspers completó su disertación en lengua alemana (Die religiöse Philosophie Wladimir Solowjews) en 1926. Esta disertación se adaptó al francés (La métaphysique religieuse de Vladimir Soloviev) y se publicó como ensayo en dos partes, en 1934 y 1935, mientras Kojève dirigía sus famosos seminarios sobre Hegel. El ensayo fue publicado en la revista francesa Revue d’Historie et de Philosophie Religieuses XIV, 1934, n.6, 534-54 (primera parte) y XV, 1935, n. 1-2, 110-152 (segunda parte).
Traducida ahora al inglés, The Religious Metaphysics of Vladimir Solovyov, es una obra que presenta el esfuerzo de Kojève de unificar la filosofía de la religión de Vladimir Soloviev. En la edición inglesa, el libro se encuentra dividido en tres apartados: una introducción de los traductores y las dos partes en que se compone la obra. En la introducción se aclara la exigente tarea de interpretación de algunos pasajes y términos del texto, así como del método seguido por Kojève. En cuanto a la obra, contiene dos secciones: la Doctrina de Dios (dividida a su vez en tres partes) y la Doctrina del Mundo.
En este breve ensayo, Kojève se propone la sistematización de la metafísica –sistematización en la que Soloviev trabajó durante años, pero que no fue capaz de articular completamente en su corta vida– aunque con un objetivo diferente. Para Kojève, se trataría de un sistema metafísico que explique el libre obrar humano enraizado en su propia historia, pero sin recurrir a Dios. La relación del ser humano con Dios y consigo mismo a través de Dios, aunque sin el concurso de Dios, será un tema constante en su pensamiento. Qué pudo haber llevado a un exponente del marxismo existencial al análisis de una metafísica religiosa; en qué medida impulsó ese acercamiento de autores pertenecientes a otras corrientes, el afán incesante de Soloviev de presentar el cristianismo en forma de sistema filosófico, como una cosmovisión en donde la fe, la filosofía y el pensamiento social se entretejen, son preguntas pertinentes si queremos conocer a dos pensadores inusuales.
Comenzamos por la primera cuestión: cómo el área de la metafísica religiosa pudo atraer a pensadores que se sumaron al marxismo. Si bien por una parte escritores de la talla de Dostoievsky y Tolstoi ejercieron una cierta influencia, dado que no eran filósofos profesionales, su alcance fue parcial. Copleston en su Historia de la Filosofía, en el volumen dedicado a los pensadores rusos, (Russian Philosophy, Vol. X, 2003, pp. 200 y ss) sugiere que, en parte, el que hubiese un espacio abierto a una nueva atmósfera intelectual distinta al materialismo y positivismo, se debió a la obra de Soloviev. A modo de esbozo, Vladímir S. Soloviev (1853-1900) fue una figura poliédrica que impulsó el desarrollo de la filosofía rusa de finales del XIX. Fue amigo de Dostoievsky e influyó en pensadores como N. Lossky, P. Florensky o S. Bulgákov. Algunas de sus obras son: Crisis de la filosofía occidental, 1874; Crítica de los principios abstractos, 1880; El sentido del amor, 1892-1894 y La justificación del Bien, 1897.
En The Religious Metaphysics of Vladimir Solovyov, Kojève presenta la metafísica de este pensador ruso en el conjunto de su obra, como núcleo de su pensamiento y punto de partida necesario para comprender su recorrido intelectual. Introduce dicha obra cronológicamente diferenciando tres periodos. En el primero, los escritos de Soloviev ofrecen una introducción histórica y crítica a su sistema filosófico, con el objetivo de demostrar la necesidad de una nueva metafísica que sea síntesis y superación de las metafísicas precedentes (The Religious Metaphysics of Vladimir Solovyov [en adelante RM], p. 15). En el segundo periodo, más breve, el pensador ruso elabora su nueva metafísica. El tercer periodo se caracteriza por un alejamiento del deseo de sistematizar esa metafísica y por abrir espacio al desarrollo de diferentes temas, todos con la característica en común de ser una aplicación de su metafísica. Soloviev murió sin haber llegado a precisar y sistematizar su metafísica en la que seguía trabajando.
Según Kojeve, la teoría metafísica de Soloviev se encuentra recogida fundamentalmente en cuatro libros: Critique of Abstract Principles (1877–1880), Philosophical Principles of Integral Knowledge (1877, inacabado), y Lectures on Divine Humanity (1887–1890), que originalmente fueron escritos en ruso y, Russia and the Universal Church (1889), que originalmente fue escrito en francés. A partir de estos cuatro textos, Kojève desarrolla lo que considera que son las características de la metafísica del pensador ruso, con el objetivo de llegar a exponer un sistema de metafísica completo y autónomo (RM, p. 18). En primer lugar, es una metafísica que tiene un carácter místico y religioso; se podría considerar metafísica teológica, ya que el objetivo de Soloviev es otorgar una formulación sistemática y racional a la revelación cristiana. Para el pensador ruso, el contenido de la metafísica proviene de la experiencia mística y el trabajo filosófico consistiría en la exposición o análisis de los elementos abstractos de su presentación. Sin embargo, aunque el conocimiento religioso tradicional y la experiencia mística individual fundamentan la doctrina de Soloviev, ambas no le resultan suficientes. A la fe y la experiencia religiosa o mística hay que unirle el pensamiento. Estos tres elementos, fe, pensamiento y experiencia mística, conforman la filosofía de la religión de Soloviev. Precisamente, el pensador ruso mantuvo hasta el final la idea de que la tarea de la filosofía no solo consiste en clarificar y enriquecer los conceptos provenientes de la experiencia mística, sino que el filósofo debe examinar sus presuposiciones y no darlas por sentado.
Además de la tradición teológica cristiana, Soloviev se nutre del Idealismo alemán (RM, p. 19); la metafísica de Schelling resuena en sus escritos, señala Kojève, aunque apenas aparece mencionado. Hay, sobre todo, profundas consonancias con el último Schelling (Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana y los objetos con ella relacionados, 1809).
La primera sección del libro, “La doctrina de Dios”, se encuentra dividida a su vez en tres partes. En la primera, Kojève presenta una primera etapa de Soloviev en la que este articula la noción de Absoluto en general. En la segunda etapa, lo identifica con un Dios personal y la Trinidad y en la tercera, la idea cristiana de Dios hecho hombre que completa la etapa inicial. La realidad objetiva de la idea de Absoluto, para Soloviev, se justifica solo a través de la experiencia o intuición mística que es la que aporta el contenido de esta idea. Esta intuición mística es un contacto directo con el Ser en sí mismo; es la que funda toda metafísica, pero es necesario expresarla en conceptos racionales. A la hora de sistematizar esta intuición mística (en Soloviev la idea de intuición está basada en Schelling, se trata de una percepción inmediata connatural), Kojève observa que el pensador ruso toma prestado efectivamente de otras teorías, asumiendo ciertas deducciones en forma simplificada, en vez de elaborar un profundo análisis metafísico que vaya más allá de ellas. Esta carencia aparece en la obra de Soloviev desde sus primeras afirmaciones acerca del Absoluto al que define como Omniunidad, es decir, la unidad de sí mismo y lo “Otro” distinto de sí, una unidad que abarca al ser humano, el mundo y Dios; idea que de modo análogo encontramos en Spinoza, cuya filosofía leyó de joven y del que pudo estar influenciado. En esta Omniunidad se distinguen dos polos: la unidad y la multiplicidad o totalidad. El primero es el Absoluto como tal; el segundo, es la materia prima o anima mundi, como encontramos en la Doctrina del Mundo (RM, p. 22).
Para Kojève, esta parte de la metafísica de Soloviev es una versión simplificada de la teoría del último Schelling y Jakob Böhme. El problema que tiene que solucionar no solo el pensador ruso, a su juicio, sino cualquier otra doctrina semejante, es cómo lidiar con el dualismo por una parte y el panteísmo por otra. Para evitar estos extremos, el recurso de Soloviev es adoptar la dialéctica de Schelling, lo cual le lleva a plantear como solución la identificación del “Otro” con el “Alma del mundo”, “Sophia”, o la “Humanidad Ideal” (RM, p. 24), y no con el mundo empírico. Kojève insiste en aclarar este concepto pues, aunque el pensador ruso parte del mundo empírico, lo hace sólo metodológicamente, siguiendo un método inductivo y no debe ser confundido con el materialismo. Kojève va trazando paralelismos entre Soloviev y Leibniz o Hegel. Si bien, por una parte, sostiene que hay una mayor cercanía del pensador ruso a Hegel (Lecciones sobre Filosofía de la Religión) que a Schelling; por otra, subraya que la finalidad de la doctrina de Soloviev es la de llegar a la idea de un Dios personal a partir de la noción abstracta de Absoluto. En este sentido, indica que la metafísica de Soloviev pretende ser una racionalización de las verdades religiosas dadas en la revelación pre-cristiana y es posible sistematizar tales verdades de modo independiente a los dogmas cristianos; pero, según Kojève, el pensador ruso no llega a desprenderse del cristianismo, como explica en el siguiente apartado dedicado a Teandria o Sophia.
En efecto, como Kojève aclara, el cristianismo no es solo una síntesis de verdades previamente reveladas en otras religiones, sino que aporta verdades nuevas que toman su forma completa en el Dios-hecho-hombre (Théandrie) o Segundo Absoluto. Esta es la idea en la que culmina su metafísica y es la idea bisagra entre la doctrina de Dios y la doctrina del Mundo. El problema, según Kojève, es la contradicción clara en la que Soloviev incurre y no parece haber advertido; esto es, deduce a priori el futuro del Absoluto (el Segundo Absoluto) a la vez que sostiene la contingencia y libertad de éste, sin intento de reconciliación entre la necesidad y la contingencia. Kojève indica que estas mismas características del análisis a priori atribuidas al Segundo Absoluto, se pueden aplicar al ser humano empírico (RM, p. 35). Es importante señalar que, para Kojève, la idea del ser humano así entendida en la doctrina de Dios coincide con el “contenido” del Absoluto, la materia prima, y esto no altera la idea de Omniunidad en Dios.
Kojève analiza, por una parte, en qué sentido se entiende la idea de libertad tanto en el caso del ser humano empírico como respecto de Dios, y, por otra, la centralidad de Sophia en la obra de Soloviev, quizás el aspecto más importante de su obra y de su vida (RM, p 39). Precisamente, la complejidad del pensamiento de Soloviev se puede percibir cuando tratamos de comprender el lugar que ocupa Sophia en su doctrina. Si bien es entendida como la Humanidad Ideal, por otra parte, es la humanidad “caída” en el mundo empírico, el anima mundi, como veremos en la doctrina del mundo (recordemos que para Schelling, la “Caída” es la idea de la pérdida de la unidad original). Para Kojève, podríamos entender Sophia como el nombre para el “contenido” divino concebido como Idea personal o Humanidad unitotal (RM, p. 40) pero subrayando, además, el carácter femenino de Sophia, que pone de relieve la noción de lo “femenino en Dios”. Aunque este es un aspecto altamente relevante, Soloviev solo lo usa como la determinación ontológica más general de lo femenino (RM, p. 41). Tampoco Kojève hace un análisis de este aspecto más detallado. Sin embargo, sí individualiza posibles influencias que Soloviev podría haber recibido en estos aspectos de su doctrina, fundamentalmente de Comte, Böhme y Schelling. Aquello que diferencia la obra de Soloviev de estos dos últimos, a juicio de Kojève, es la importancia que le concede Soloviev a la idea de Hombre, en cuanto ser humano coeterno con Dios y absolutamente libre respecto de Él (RM, p. 42), la Divinohumanidad. Esta idea de ser humano no se encuentra ni en Schelling ni en Böhme, pero sí en Hegel y Comte (RM, p. 43). Aunque en Comte, el ser humano no solo es igual a Dios, sino que lo reemplaza. Del mismo modo en Hegel, el ser humano se puede entender como absoluto en la medida en que no hay otro Absoluto más que el ser humano. En cambio, la antropología de Soloviev es manifiestamente cristiana, por lo que el ser humano es absoluto pero un Segundo Absoluto en virtud del primer Absoluto o Dios. Kojève lo resume así: para Soloviev, el ser humano es más absoluto que para Schelling y Böhme pero menos absoluto que el hombre para Comte o Hegel (RM, p. 43). En cualquier caso, para Kojève esta Sofiología basada en la propia intuición mística de Soloviev, es la parte más personal y original de su obra. El aspecto sobre todo original –como los traductores también subrayan en los últimos párrafos de su introducción– es que para Soloviev, el acto de pensar no es en sí mismo una acción mental, porque tampoco es una acción personal o individual, sino que el pensamiento es el nombre que damos al encuentro con lo divino; es una forma de comunicación.
En la sección dedicada a la Doctrina del Mundo (RM, p. 51), Kojève sostiene que, aunque distinta de la doctrina de Dios, el estudio de la doctrina metafísica del mundo no puede realizarse al margen de aquella. La idea que diferencia una de otra, es la noción de la “caída” de Sophia, idea que no se encuentra en la doctrina de Dios. Dicha noción, se refiere a la potencial, posibilidad ideal de separación, el llegar a la Divinohumanidad (RM, p. 52). Aunque Kojève trata de identificar nuevas contradicciones entre la doctrina de Dios y la doctrina del mundo (RM, p. 52), acaba por admitir que tomadas en sí mismas, ambas doctrinas metafísicas conforme aparecen en el sistema de Soloviev se pueden presentar sin contradicción entre ellas (RM, p. 53). Aún así, pone en evidencia una antinomia que parece habérsele escapado a Soloviev: “the antinomy implied by the notion of the becoming of a being that is eternally what it is, the progressive union in time of what is already, for all eternity, united” (RM, p. 53). Soloviev no lo aclara y Kojève tampoco, pero a partir de este punto, éste último introduce las características distintivas de las dos doctrinas: la doctrina del mundo se distingue de la de Dios por tres cosas: por el carácter de su investigación que es de orden temporal; en segundo lugar, por el objeto de investigación –la “caída”, el llegar a ser o realización de Sophia– y, finalmente, por el método.
El método de la doctrina de Dios es deductivo a priori, ya que las conclusiones a las que se llega proceden del análisis de la noción dialéctica de Absoluto, la cual es innata, inmanente o la expresión racional de la intuición mística de Dios-Amor (RM, p. 54). El método de la doctrina del mundo, en cambio, es un método inductivo, empírico y a posteriori, dada la naturaleza libre de la caída de Sophia o el Alma del mundo. Sin embargo, esta distinción metodológica según Kojève, no siempre se mantiene con rigor y aquí nuevamente aparece una cierta contradicción relacionada con la antinomia señalada antes. Para Kojève, la fuente tanto de la contradicción como de la antinomia es la idea de libertad ya que está fundada o se basa en la doctrina del Absoluto (RM, p. 56). En definitiva, la cuestión es cómo se concilia la libertad de Dios con la libertad humana. Kojève encuentra dificultades implícitas en el sistema de Soloviev de las que este último no se ha percatado ni ha aclarado, y tratará de salvar alguna de estas aparentes contradicciones. Para ello, se propone sistematizar su metafísica, como ya dijimos, pero él mismo reconoce al final que no es fácil encontrar soluciones definitivas. En qué grado consigue aclarar y avanzar los puntos discutibles del sistema de Soloviev, dejamos que el lector lo valore.
En la parte final del ensayo, Kojève indica que la filosofía de Soloviev es, en definitiva, una respuesta a la pregunta: qué debe hacer la humanidad para prepararse para el encuentro final del Alma del mundo con Dios. La solución propuesta por el pensador ruso comprende aplicaciones en aspectos, como el ético y el político, que se derivan de la metafísica, especificando el lugar del amor como camino de realización o ideal de “vida plena” (RM, p. 70); el Amor como lugar de encuentro y trasformación entre el Alma del mundo y Dios.
También hay otros aspectos derivados de su metafísica de calado social y ecuménico. Si, por una parte, la metafísica de Soloviev busca entender la realidad como una unidad, desde el punto de vista práctico, la ética y la filosofía social muestran cómo se puede superar el egoísmo de los individuos y restablecer la unidad. Soloviev trabajó, sobre todo en la década de 1880, en la unión de las Iglesias orientales y occidentales y un elemento imprescindible para ello era el entendimiento mutuo y la concordia o amor fraterno. Este aspecto a nuestro juicio es relevante, aunque Kojève no lo menciona. Soloviev nunca abandonó su interés en la transformación de la sociedad. Por eso, además de la necesidad del pensamiento se hace necesaria una acción y una política que definan el método para interceder en la vida del ser humano. Pero a Kojève, le resultan insuficientes las aclaraciones del pensador ruso en este sentido.
Al final del análisis de la metafísica de Soloviev, Kojève sostiene que la obra de este no es del todo original puesto que es, prácticamente, una simplificación de las doctrinas del último Schelling (1802-1809) (RM, p. 71). Aunque sería adecuado, Kojève no realiza una comparación en detalle pues, asevera él, sería repetir en buena parte muchas de las ideas que ya ha presentado. Además, indica que las diferencias que se podrían encontrar entre ambos no tienen relevancia filosófica, sino que obedecen sobre todo a divergencias teológicas (RM, p. 72). En las dos últimas páginas, señala que las diferencias fundamentales entre ambos son el carácter deductivo de la doctrina de Soloviev y el hecho de que este no afirma en ningún momento la posibilidad de una separación completa y final entre el hombre y Dios (RM, p. 73). En cualquier caso, Kojève subraya que la tendencia de atribuir al ser humano una libertad e independencia es mayor en Soloviev que en otros autores incluido Schelling. Pero en ambos autores, la noción de libertad plantea problemas, según Kojève. La dificultad mayor en este sentido, para Soloviev, es haber tratado de dar una solución a partir de los elementos que ha tomado prestados de Schelling.
En conclusión, Kojève se propone recrear el sistema metafísico que Soloviev no logró consumar. Hacia el final de su tratado establece una comparación fugaz entre Schelling y Soloviev. Como hemos dicho, hay muchos puntos de contacto entre ambos autores, particularmente, con el último Schelling (Investigaciones filosóficas sobre la esencia de la libertad humana), obra que Kojève señala en las notas y aunque hubiese sido oportuno, no examina con más detalle. Por otra parte, es de subrayar la importancia que tuvo para Soloviev el aspecto ecuménico, es decir, el diálogo entre las diversas denominaciones cristianas. Aunque Kojève distingue las etapas ortodoxa y católica de Soloviev, no alcanza a ver en la metafísica religiosa de éste, el espacio vital que ocupa dicho aspecto ecuménico y cuánto luchó Soloviev para llegar a ver realizada la unión entre las diversas Iglesias. No estaban los tiempos maduros.
Por último, si bien para aquellos que tienen una formación filosófica poco cercana a la dimensión mística o religiosa puede llegar a ser, cuando menos, una lectura ardua, para aquellos interesados en introducirse en la filosofía de la religión, en una mirada oriental de la metafísica religiosa o en las inquietudes filosóficas de un joven Kojève antes de su salto a la fama con las lecciones sobre Hegel, es una provechosa lectura. En efecto, la contribución de Kojève a través este pequeño volumen en número de páginas, pero de extensa temática, no solo ayuda a nuestra comprensión del pueblo ruso, sino que introduce en el debate occidental a un notable autor como Soloviev. Si apostamos por una visión filosófica multicultural, apuesta cada vez más apremiante entrado el siglo XXI, es acertado ir abriendo espacio a un pensamiento sin fronteras.